Las declaraciones de los cabecillas guerrilleros merecen el desprecio de cualquier interlocutor, mientras las informaciones de algunos medios de comunicación se hacen acreedoras a que el oyente o el lector no las tenga en cuenta.
Por: Sucesos
21 de Abril 2015
La entrevista que El
Espectador le hizo a Nicolás Rodríguez Bautista, alias 'Gabino', máximo cabecilla
del Eln, muestra lo que son en realidad todos los cabecillas guerrilleros, ya
sean del Eln o de las Farc: personas 100% falsas en todo, que siempre que les
dan oportunidad de hablar por algún medio de comunicación justifican la criminalidad
de su organización presentándola como acciones y obras que deben ejecutar para
mejorar en todo la vida de los colombianos; presuponen que su lucha es válida
para asumir el poder y, así, `salvar a Colombia’.
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Nicolas Rodriguez Bautista Alias "Gabino" |
Para ellos son justificados
los asesinatos que cometen, los secuestros, las extorsiones, el reclutamiento
de niños, los ataques a poblaciones y a la Fuerza Pública, los atracos, los
asaltos, el porte ilegal de armas y la siembra de minas antipersona. Niegan sus
vinculaciones al narcotráfico y la comisión de delitos de orden económico. Afirman
que ellos no violan la ley, no transgreden las normas del derecho, no son responsables
de desplazamientos forzados ni de apoderamiento de tierras a la fuerza.
Aseguran que actúan en defensa propia y de la población subyugada por el
Estado; dan a entender que su causa
ideológica y política borra cualquier tipo de acción delincuencial en que caigan;
la vuelven causa patriótica.
Para esos cabecillas, tanto
los del Eln como los de las Farc, el responsable de todo lo que ha ocurrido en
las cinco décadas de conflicto armado, de violencia, es el Estado, que, según
ellos es el verdadero victimario, y ellos, las víctimas reales. Con este axioma
no solo justifican su accionar criminal sino que le trasladan todas las
manifestaciones de violencia al Estado, a sus distintas entidades, en especial
a la Fuerza Pública. Esta posición es la que ha llevado a las Farc, y de seguro
llevará también al Eln, a no aceptar responsabilidad judicial ni pagar ningún
tipo de pena jurídica y sí reclamar, en caso de llegarse a algún acuerdo,
nombramientos en cargos públicos y curules legislativas sin presentarse a las
respectivas elecciones.
Estas aspiraciones son
reforzadas por los cabecillas de las Farc con actitudes arrogantes e insolentes
que se hacen más evidentes cuando leen comunicados o cuando divulgan sus propias
circulares sobre el Proceso de Paz de La Habana o cuando son entrevistados. A
estas actitudes desvergonzadas les añaden sus intenciones –que no ocultan- de
tomarse de todas maneras el poder por la vía política. Por eso se niegan a
pagar penas carcelarias y, en cambio, exigen prebendas políticas,
territoriales, jurídicas, militares y económicas para fortalecerse en todo
sentido. Todo esto genera repudio en la opinión pública, que, por estas razones,
demuestra desconfianza e incredulidad con el proceso y suspicacia con la firma
de una paz suscrita en estas condiciones.
Agrava la situación
presentada la actitud de algunos medios de comunicación y de algunos
periodistas que califican a los cabecillas de comandantes, dándoles un estatus
que los iguala con los comandantes militares. Como si fuera poco, en ocasiones,
esos mismos periodistas les dan credibilidad y reconocimiento a las
declaraciones y ambiciones de los jefes guerrilleros. Esto les ayuda a que se
envanezcan y se consideren personajes importantes y honestos de la vida
nacional; portadores de la verdad absoluta y los nuevos libertadores de la
nación.
Por otra parte, algunos
medios carecen de objetividad en cuanto a las informaciones que publican sobre los
desarrollos de las negociaciones y a la calificación de las actitudes y los comportamientos
de los delegados de las Farc en el proceso. Otros medios, sin suficientes
elementos de juicio, impugnan con frecuencia a la Fuerza Pública, hecho que
nivela a las instituciones legítimas con las organizaciones al margen de la
ley.
En resumen, las
declaraciones de los cabecillas guerrilleros merecen el desprecio de cualquier
interlocutor, mientras las informaciones de algunos medios de comunicación se
hacen acreedoras a que el oyente o el lector no las tenga en cuenta.
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