La insistencia de ese grupo ilegal en
negar su responsabilidad en el conflicto interno, objetando que son la
“consecuencia y no la causa” de la violencia en Colombia, contrasta con sus
permanentes pedidos de verdad, justicia y reparación.
Por: Sucesos
8 de Abril 2015
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Ivan Marquez y Jesus Santrich en la Habana |
Se les abona a las Farc, la capacidad
que tienen de sorprender a diario con los mensajes que envían a través de sus
comunicados y boletines de prensa, los cuales llevan consigo una mezcla tóxica
entre cinismo y ambivalencia. La insistencia de ese grupo ilegal en negar su
responsabilidad en el conflicto interno, objetando que son la “consecuencia y
no la causa” de la violencia en Colombia, contrasta con sus permanentes pedidos
de verdad, justicia y reparación.
Sin embargo, tienen razón en que el
acuerdo de paz “no” está a la vuelta de la esquina; claro que no, cómo va a
estar cerca, si efectivamente como dijo alias Pablo Catatumbo “hay mucha tela
por cortar” particularmente en lo que se refiere a capitalizar el espacio
político que les ha abierto la Mesa de Conversaciones de La Habana en favor de
sus posiciones radicales de no hacer frente a la justicia, y mucho menos reparar a las víctimas que no reconocen;
precisamente para no ver su arcas diezmadas, las cuales no se puede olvidar,
son resultado del narcotráfico, la minería ilegal y el desfalco a la propia
nación, a través de la poco recordada farcpolítica.
Hablan de intransigencia, por parte
del Gobierno Nacional, “para concertar el tema de la justicia, para convenir el
cese bilateral del fuego y se niega a desmantelar el paramilitarismo con el
argumento mentiroso de que este ya no existe”, que insolencia; ¿Quiénes son los
que con el “argumento mentiroso” de “sentirse víctimas y no victimarios”
pretenden no pagar “un solo día de cárcel” y presionan al Gobierno Nacional
para que incumpla sus compromisos internacionales en materia penal? ¿Quiénes
son los que exigen un cese bilateral al fuego con el “argumento mentiroso” de
un supuesto “cese unilateral e indefinido al fuego”, mientras asesinan
colombianos, promueven clandestinamente la protesta social para sembrar
anarquía, utilizando, por ejemplo a los indígenas, y se alían con el Eln para
continuar usando las armas en contra de la nación y su progreso? ¿Quiénes denigran
del paramilitarismo, mientras establecen alianzas con las Bacrim, para mantener
el negocio del narcotráfico y la minería ilegal, compartiendo rutas de
comercio, clientes y dividendos financieros?
Así, señores de las Farc, siendo
sensatos, deberían dejar de involucrar a la población en su desgastado discurso
doble moralista, respaldando sus intransigencias en “el deseo de la paz de los
colombianos”. Como colombiana les digo: quiero la paz para mi país, pero no
bajo las condiciones impuestas por sujetos que llevan en sus hombros el peso de
millones de muertos, heridos, viudas, huérfanos, familias destruidas y además
el costo de infinidad de nacionales y extranjeros que se sumergieron en la
drogadicción con los narcóticos procesados y distribuidos por ustedes mismos.
Tirar la piedra y esconder la mano!
Parece ser el adagio popular que más se ajusta a las Farc. Adjudicar al Estado
toda la culpa de las consecuencias siniestras del conflicto interno resulta
fácil, cuándo se anteponen intereses de supuesta participación legal en
política, pero sin duda, no es otra cosa que hacerse al poder para legalizar
importantes fortunas y someter a los colombianos a un sistema político de corte
socialista, que sumerja a Colombia en la improductividad, el subdesarrollo y la
inseguridad arraigada en la anarquía.
Señores, por favor, no nos amenacen
más, con el cuento de que el ‘proceso de paz si es irreversible’, que el ‘cese
unilateral e indefinido al fuego se suspenderá’ o que las ‘conversaciones’
presentan ‘obstáculos insalvables’; demuestren serias intenciones de concretar
acuerdos que nos lleven a ‘la paz’, reconozcan que actuaron 50 años bajo el
manto de la clandestinidad abusando de poblaciones enteras, violando a sus
mujeres, reclutando a sus menores, sembrando minas antipersona, utilizando todo
tipo de armas no convencionales, atentando contra el medio ambiente, en fin, la
lista resulta interminable.
Pero ¡como anillo al dedo! les resulta
los escándalos de corrupción en diversos sectores del Estado, los cuales, sin
duda, hay que reconocerlo, son vergonzosos y deslegitiman el desempeño de las
instituciones. No obstante, ustedes carecen de cualquier autoridad moral para
adjudicarse funciones fiscalizadoras y vociferar ante los medios de
comunicación, como si fueran un actor creíble, confiable o legítimo para los
colombianos. Recuerden, la gran mayoría de colombianos sabemos quiénes son
ustedes, porque crecimos con su repugnante legado de dolor, sangre e
incertidumbre.
“Colombia necesita urgentes cambios
institucionales que no podrían venir sino de una Asamblea Nacional
Constituyente” dijo alias Pastor Alape, en días pasados, que desfachatez, de
parte de un individuo que durante años internado en la selva, sólo contribuía
con el diseño de planes terroristas para atentar contra el país y su
estabilidad.
Señores de las Farc, somos los
colombianos de bien, los que trabajamos diariamente y observamos con asombro
sus alcances, quienes debemos alzar la voz y decir que cambios estructurales
requiere el Estado y cómo se debe impartir justicia; no ustedes que investidos
de las facilidades que ofrece la ilegalidad tienen el descaro de lanzar
propuestas a diario sobre el “deber ser”.
El camino a una Asamblea Constituyente
debe estar abonado por las propuestas, necesidades y anhelos de los colombianos
de bien, no por los pedidos intransigentes
y abusivos de un grupo terrorista, que engrandecido con las sumas de
dinero producto del narcotráfico, pretenden “refundar el estado” y “esclarecer
la verdad”, de acuerdo a sus intereses funestos de instituir en Colombia un
sistema político antidemocrático.
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